De un conjunto de factores predisponentes, como son:
La genética: la mayoría de los estudios coinciden en señalar que el 75% de nuestra inteligencia está grabada en los genes. De hecho, una investigación realizada en Minnesota demostró que los cocientes intelectuales de gemelos idénticos (monocigóticos) que fueron separados al nacer eran mucho más parecidos entre sí que los de los mellizos no idénticos (dizigóticos) que se habían creado juntos.
El entorno familiar, social y cultural que rodea al niño: un niño que crece en una familia y en un entorno que muestra una inquietud por aprender y obtener conocimientos (a través de libros, de audiovisuales, de la observación directa…) crece con recursos muy importantes para cultivar su intelecto. Claro que muchas veces es más interesante ver cómo se aprovechan los recursos de los que se dispone, que el cociente intelectual que se tiene.
Su posición en la familia: el cociente intelectual también depende del número de hijos de una familia y el lugar que se ocupe en la misma. Un estudio publicado en Psychological Review demostraba que los hijos únicos son más inteligentes que los nacidos en una familia numerosa y que los hermanos mayores superan las capacidades de los pequeños. Esto seguramente se debe a que el modelo más cercano a los hijos únicos o de los hermanos mayores es el de los adultos, mientras que los pequeños toman como referente al hermano, que le ofrece menos retos y estímulos. Otra cuestión es que un niño solo se puede concentrar más en lo que hace (no cuenta con el ruido de fondo de sus hermanos).
La confianza que se tenga en él: cuando los padres y los profesores (los principales referentes del niño) le hacen ver que es inteligente y que está capacitado para cualquier cosa que se proponga, éste acaba auto convenciéndose de ello y busca el éxito académico de manera natural. Es lo que se conoce como efecto Pigmalión o efecto Rosenthal.