El sistema inmunológico del niño

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Cuando el bebé esta en el útero, algunos anticuerpos maternos cruzan la placenta y ayudan a protegerlo de ciertas enfermedades o infecciones. Al nacer, estos anticuerpos duran unas semanas más. Además, con la leche materna continúan ya que es rica en anticuerpos. Como es normal, cuando pase el tiempo, será el propio bebé el que cree sus propios anticuerpos. En nuestra vida, estamos rodeados de microorganismos infecciosos y el bebé pese a ser un ser tan «débil» sólo lo es en apariencia ya que suele combatir los anticuerpos de manera increíble. Cualquier infección que intente invadir el cuerpo debe enfrentarse a una serie de mecanismos de defensa.

El primer mecanismo de defensa más importante es la piel. Cuando se es bebé, si alguna infección intenta colarse en el cuerpo del bebé, la primera en reaccionar será la piel. La respuesta ante esto será inflamación y el propio niño liberará sustancias químicas como la histamina; que luchará con los organismos que intentan invadirle. Otros mecanismos de defensa es el vello del cuerpo o fluídos corporales (saliva, lágrimas…). El sistema inmunológico depende del reconocimiento de antígenos extraños. Como el bebé suele padecer enfermedades de nariz o garganta cuando es pequeño, las amígdalas y las vegetaciones intentan impedirlo.

La linfa contiene glóbulos blancos. De estos glóbulos hay de dos tipos: los macrófagos (destruyen cuerpos extraños) y los linfocitos (crean anticuerpos para protegernos). Los linfocitos van madurando. Esto es fundamental para fortalecer el sistema inmunológico del bebé. Los vasos linfáticos trasportan la linfa y la dirigen al torrente sanguíneo. Al pasar por los ganglios linfáticos se filtran los patógenos de modo que los glóbulos blancos se destruyen.

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