En esta ocasión os traemos un post basado en un caso real de una de nuestras lectoras, que probó la inseminación artificial para conseguir lo que tanto esperaba: una familia.
Supuestamente, lo que era más complicado de decidir era si queríamos o no queríamos formar una familia. Sopesar una decisión de esta magnitud no es fácil, y hay que valorar muchos aspectos pero sobretodo, tener en cuenta que llegará un momento en que no habrá marcha atrás, y que habrá que adaptarse sobre la marcha a cada paso. Algo así te cambia la vida para siempre, para lo bueno, y para lo malo. Supuestamente, ese era el mayor escollo. Y cuando ya teníamos la decisión tomada, chocamos frontalmente con otra realidad: La familia no quería venir.
Digamos que esperábamos que la cigüeña vendría. Sabíamos que al ser el primer hijo podría tardar por mucho empeño que pusiéramos en la tarea. Y no desesperamos, pero cuando las semanas se tornaron meses, y esos meses en un año, y la cigüeña seguía sin venir, tomamos un atajo. Cierto es que, finalmente, ese atajo no sirvió de mucho porque no fue necesario, pero por aquel entonces le dábamos vueltas a la posibilidad de que algo no estuviera bien. Así que pedimos cita en un médico especialista.
«Gracias» a la Seguridad Social española, tuvimos el suficiente tiempo como para preocuparnos. Sabíamos que si uno de los dos no estaba bien, afectaría al otro y terminaría con la posibilidad de tener familia. Por lo tanto, fue inevitable pensar que tal vez no podríamos tener hijos nunca por mi culpa. Cada uno lo sobrellevó a su manera, y a pesar de que hablamos de la situación muy a menudo, el miedo se palpaba en el aire.
En la primera visita nos apuntaron varias alternativas. Llevábamos más de un año intentándolo por nuestra cuenta, sin éxito. No tenía nada que ver con la poca regularidad en los ciclos menstruales. No tenía nada que ver con la dieta. No había incompatibilidad con la edad. Aparentemente, no había ningún problema. Entonces, ¿porqué no nos quedábamos embarazados? Hagamos pruebas.
Ahora la dieta. Ahora los análisis de sangre. Ahora el azúcar. Ahora el hierro. Ahora «esto no, porque es incompatible». Ahora «esto no, que es malo». Ahora «esto no, por si acaso». Ahora los análisis de sangre, otra vez. Ahora los niveles de no sé qué. Ahora estas pastillitas. Ahora «toca porque estoy ovulando». Ahora otro test de embarazo «porque me siento rara», pero no. Ahora otra prueba. Ahora otras pastillitas. Ahora firmad aquí porque si algo sale mal debemos estar seguros de que sois conscientes de los riesgos: ¿Cómo dice?. Ahora, probaremos con esto. Ahora, cambiaremos aquí. Ahora, lo haremos de esta otra forma. Ahora, su sistema reproductivo está correcto. Ahora, los atletas de él están en perfecta forma.,Y ahora, la familia tampoco quiere venir. Volvemos a empezar. Entonces, ¿porqué no nos quedábamos embarazados?
Nos plantean:
Vamos a hacerlo por inseminación artificial. Vais a seguir estas pautas para estar preparados de cara a finales de verano. Tomaóslo con calma, porque el porcentaje de probabilidades con este sistema se multiplica de manera exponencial. Rellenáis esta documentación, la entregáis, traed lo que os entreguen, y nos vemos en septiembre. Insisto, tranquilos.
Tranquilos. Esa fue la palabra mágica. Y en pleno verano, la familia llamó a la puerta. Sin avisar. Y no hizo falta volver al médico.
Continuará…
Esperamos que esta historia sobre la inseminación artificial basada en hechos reales os sirva para ver la importancia de tranquilizarse a la hora de querer formar una familia. Muchas veces todo es correcto, por un lado y por otro, pero las ansias acaban con las posibilidades de concebir naturalmente a tu hijo.