Hoy os vamos a hablar de las claves para tener éxito en la educación y crianza de un hijo único. ¡Toma nota de estos consejos!
El esquema tradicional de familia compuesta por padre, madre, y al menos tres hijos, habitual hace 40 años, ha dado paso en España a una mayoría de hogares con un único hijo: el 16,4% del total, frente al 15,3% con dos, y el escaso 3,2% que tiene tres o más, según datos del Instituto Nacional de Estadística referidos al año 2013. Una tendencia que también avanza en muchos países de América Latina, como Chile, México, Argentina o Brasil.
Los porqués son múltiples: la incorporación de la mujer al mercado laboral, el retraso en la edad de concepción, un desigual reparto de tareas en el hogar, el espectacular aumento de la tasa de divorcios, las escasas ayudas públicas a las familias, la complicada conciliación trabajo-familia, la falta de recursos económicos, el elevado grado de hedonismo de nuestras sociedades…
Como resultado, poco a poco se impone la familia de un hijo único, y atrás van quedando los tópicos y estereotipos que solían acompañar a este tipo de elección, a veces voluntaria, a veces forzada por las circunstancias, pero que, en todo caso, tiene que ser vivida con naturalidad y sin presiones familiares o del entorno, ni ideas preconcebidas.
Ideas como que los hijos únicos son más solitarios, individualistas, consentidos, egoístas o caprichosos, cuando en realidad todo depende de los vínculos que creemos con ellos o de cómo enfoquemos su educación y crianza. Que no tengan la referencia de sus hermanos para, por ejemplo, compartir sus cosas o socializarse desde pequeñitos no tiene por qué ser sinónimo de que vayan a desarrollar estas cualidades mitificadas que se les achacan a veces, ya que desde otros entornos no familiares, como desde la misma guardería por ejemplo, pueden aprender e interiorizar estos conceptos como cualquier otro niño.
¿Cómo afecta al niño ser hijo único?
Algunos estudios apuntan a que los hijos únicos son más inteligentes debido a la mayor atención y estimulación de la que son objeto por parte de sus padres, y porque tienen, por lo general, más posibilidades educativas. Además, son niños muy seguros, equilibrados, y con buena autoestima, gracias al estrecho vínculo que han establecido con sus progenitores. Acostumbrados a ser el centro de la casa y a jugar solos, con frecuencia son los líderes del grupo y suelen ser también bastante creativos.
Pero educarlos bien no es, pese a lo que se tiende a pensar, tarea sencilla, sobre todo cuando hay dos progenitores y muchos adultos alrededor (abuelos, tíos, etcétera), lo que convierte al niño en una excepción.
Porque cuando sólo hay un niño se tiende inevitablemente a concentrar toda la atención en él, un comportamiento de doble filo. Por una parte, ser el centro de todo le otorga al pequeño mucha confianza en sí mismo, ya que está seguro del amor de sus padres, por el que no tiene que rivalizar con ningún hermano. Pero también conlleva una enorme presión: idealizar demasiado al hijo y hacerle portador de todas nuestras expectativas hará que esté siempre intentando demostrar que está a la altura y le resultará difícil sobrellevar los fallos, muy visibles a falta de otros referentes.
Además, es muy fácil que la atención exclusiva derive en una actitud sobreprotectora que sólo perjudica al niño. Para aflojar esta presión es recomendable no estar todo el día encima ni pendientes de ellos, y volcarnos también en nuestra vida de pareja, profesional, social… porque hay vida más allá de nuestro hijo. Y al igual que no somos perfectos como padres, tampoco podemos exigirle a nuestro hijo que lo sea.
Consejos para criar a un hijo único
No hay duda de que criarse con hermanos es un eficaz modo de socialización y enseña a compartir y ser más generoso. Cuando todo es para él, el hijo único tiende a ser más egoísta, lo que puede dar lugar a que tenga problemas para relacionarse con otros niños, excluyéndose o, por el contrario, llamando exageradamente la atención para hacerse notar ante los demás.
Pero los padres pueden prevenir este riesgo fomentando que sus hijos, desde muy pequeños, jueguen con otros, enseñándoles a compartir, a perder, a canalizar su agresividad, a resolver conflictos, y a tener en cuenta los sentimientos de los demás.
¿Cómo? La guardería es un sitio perfecto para que aprendan a socializarse desde chiquitines. También podemos acudir al parque a diario, o a sitios donde sabemos que va a haber otros niños (polideportivos, piscinas, etcétera). Además, conviene abrir la familia al exterior: primos, vecinos y amiguitos del cole pueden sustituir el papel de los hermanos… Los podemos invitar a menudo a casa, y también dejar que vaya él a jugar o a dormir a casa de otros niños.
Apuntarlo a deportes de equipo o actividades grupales y, en vacaciones, a campamentos, también ayudará. Y, por supuesto, los padres también deben compartir tiempo con su hijo en casa haciendo cosas que le gusten, o haciéndole partícipe en sus tareas (cocinar, por ejemplo), aunque sin convertirle en su confidente, otro error muy común.
Parar los pies al niño tirano
Es muy fácil caer en la tentación, con un hijo único, de ceder a todos sus deseos, una tentación aún más fuerte en el caso de que los padres estén separados. Sin embargo, cualquier niño necesita unos límites claros, saber con certeza lo que significa un ‘no’; de lo contrario, jamás aprenderá a gestionar su frustración y puede convertirse en un niño tirano, o sufrir lo que se conoce como síndrome del emperador. Conviene, por tanto, establecer reglas y límites muy claros que deben ser respetados.
Además, si le dejamos hacer lo que le dé la gana, también corremos el riesgo de que se comporte igual fuera de casa, reforzando el tópico de que los hijos únicos son unos mimados consentidos, y corriendo el riesgo de ser rechazado por los otros niños.
Aunque también podemos caer en el error contrario, exigirle demasiado y cargarle de tareas, tanto extraescolares como dentro de casa, lo que tampoco es bueno para él. Como siempre, escuchar a nuestro hijo y usar el sentido común, es lo más apropiado antes de tomar decisiones con respecto a su educación.
Por último, cuando pida explicaciones, dádselas. Hacia los cuatro o cinco años, los niños suelen preguntar por qué no tienen hermanos, una consulta que no implica forzosamente que estén reclamando uno, sino que quieren saber por qué su familia no es como la de su mejor amigo o sus primos. No hay que dar rodeos ni contar mentiras; explicadle, con palabras que comprenda, vuestras razones, y hacedle ver que su condición también tiene ventajas.