Cuando los niños son pequeños no saben lo que está bien y lo que está mal; lo que pueden hacer y lo que no o cuándo pueden hacerlo y cuándo no. Somos los padres quienes, con disciplina y cariño, tenemos que guiarles para que aprendan a vivir de acuerdo con aquellos valores que, de forma general, son aceptados y apreciados por nuestra sociedad: honestidad, respeto, tolerancia, esfuerzo, responsabilidad, autonomía, solidaridad…..
Y, para ello, necesitan normas y límites adecuados a su edad (según crecen, tendremos que hacer más hincapié en la negociación en aquellos aspectos, más suceptibles de ser negociables: vestimenta, horarios, mesada, decoración de su habitación….), sanciones proporcionadas y justas y elogios y premios a las conductas correctas. De este modo, van adquiriendo un conocimiento de lo que es apropiado y de lo que se espera de ellos, por lo que es más fácil que lo repitan, y obtengan así aprobación social y, en consecuencia, una mayor autoestima.
Si los niños son educados por padres excesivamente autoritarios y rígidos o, por el contrario, muy permisivos, es más díficil que alcancen una maduración correcta: los primeros porque, o bien anularán su propia individualidad y autonomía o, por el contrario, reaccionarán con una rebeldía excesiva, y los segundos, porque no tendrán un referente claro y se sentirán perdidos, por lo que les resultará más fácil guiarse por sus apetencias más inmediatas y no respetarán los derechos y sentimientos de los demás.