Al nacer, los pies del bebé miden un tercio de lo que medirán cuando sea adulto. Al año de edad, ya alcanzan la mitad de su tamaño final. Además de esta diferencia de tamaño, los pies del bebé difieren mucho de los de un adulto. Tienen una capa de grasa, lo que los hace más blandos y redondos que los de un adulto. Además, son más flexibles, ya que los huesos del interior aún están desarrollándose.
Casi todos los niños nacen con los pies planos y el arco plantar se va formando progresivamente conforme va creciendo el niño y se va fortaleciendo la musculatura de esa zona. En los niños más pequeños se debe a la existencia de un depósito de grasa a ese nivel y después a la laxitud de los ligamentos. Hasta los 6 años puede ser normal que exista puente cuando el pie no está apoyado, pero desaparece cuando se produce el apoyo del pie. Se suele acompañar de desviación del talón hacia fuera.
Si se le hace al niño ponerse de puntillas, se comprobará la recuperación del puente y la rectificación de la posición del talón. Es lo que se llama pie plano laxo o flexible y no debe considerarse un problema ni requiere por tanto tratamiento.
Estudios realizados sobre niños que caminaban descalzos, demuestran que en las culturas tribales se detectan menos problemas en los pies que en los países en los que se utilizaban zapatos. Si el bebé camina descalzo, los pies crecen de manera natural. Los bebés descalzos desarrollan unos músculos más coordinados y fuertes que los niños que llevan calzado. Los zapatos no deben utilizarse para caminar por casa, sino para el exterior, protegiéndose de las superficies ásperas.
Imagen: mama contra corriente