La placenta es un órgano que posee gran cantidad de funciones, entre las que cabe destacar: Se encarga de la respiración fetal o intercambio de gases; también de la nutrición fetal o el aporte de nutrientes; encargada de almacenar sustancias, que puede transmitir al feto cuando éste las necesite; encargada de la producción de hormonas, importantes para la madre y para el feto; encargada de eliminar aquellos productos de desecho que produce el feto.
La insuficiencia placentaria afecta directamente al feto, produciendo un amplio abanico de posibilidades clínicas patológicas. La formas leves de insuficiencia placentaria son aquellas en las que la enfermedad se habrá producido de manera lenta, dejando que el feto cree mecanismos de adaptación fisiológicamente difíciles de entender, que permitirán su supervivencia (por ejemplo en casos de hipertensión arterial, diabetes, …) Las formas graves son los casos en que el fallo placentario se produce de manera brusca o aguda provocando una afectación severa del feto. También existen causas extrínsecas como pueden ser:
– Ciertas enfermedades metabólicas de la madre (por ejemplo la diabetes).
– Determinadas alteraciones de la circulación (por ejemplo en mujeres que tienen hipertensión arterial).
– Algunas alteraciones inmunológicas (por ejemplo, en la incompatibilidad por el factor Rh).
– Por alteraciones infecciosas (por ejemplo en enfermedades como la sífilis, toxoplasmosis, rubeola…).
– Por tóxicos como el tabaco o la polución ambiental.
– Por malnutrición, sobre todo por déficit de proteínas, de ahí la importancia de una buena nutrición durante el embarazo
Gracias a la ciencia existen métodos que permiten detectar esta patología en sus comienzos, controlarla y tener el tiempo suficiente como para actuar, ya sea induciendo un parto o una cesárea, y siempre pensando en beneficio de la madre y del feto. De ahí la importancia de que la mujer se ponga en manos del ginecólogo durante todo su embarazo, lo que disminuirá los problemas que se pueda tener durante este period