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La mayoría de los autores sostienen que el origen del dibujo infantil es casual. Podemos tomar a nuestro bebé y ponerle un lápiz en la mano apenas sea capaz de sujetarlo y enseñarle que eso pinta. Pero, según los expertos, al principio el chico sólo hará movimientos musculares rítmicos por el mero placer de hacerlos.

Hasta que, en un momento dado, descubrirá una imagen reconocible en uno de sus garabatos: la representación del objeto surge por casualidad. A partir de ahí ira aprendiendo a dibujar deliberadamente lo que nació por azar.

Teorías aparte, todos los padres sabemos que los chicos pintan sin que nadie se lo diga (al menos hasta que empiezan la guardería, el jardín o el colegio..), que son felices garabateando en el sillón o sobre la colcha y que les fascina dejar su huella en la pared con el puré de zapallo. El dibujo es juego y, como tal, les resulta imprescindible.

El dibujo también es comunicación. El niño, que aún no domina el lenguaje oral, que no sabe escribir, encuentra en el dibujo su mejor medio de expresión. “No sólo dibuja para él, también para los otros”, es igual que cuando se habla: lo hacemos para escucharnos y para que otros nos escuchen.

Su manera de pintar es “fresca, directa, vital y reducida a los rasgos esenciales”. El tema destaca lo más significativo. Es una representación y no una reproducción, expresan sus intereses, pero también sus sentimientos, por eso jamás debemos corregir sus dibujos ni compararlos con los de otros niños.

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