La arena: un juguete mágico. Compartir su juego es una forma privilegiada de conocer su desarrollo mental, sus intereses y preocupaciones. Les encanta meter manos y pies, excavar, amasar. Así experimentan lo mojado y lo seco, lo frío y lo caliente, lo suave y lo áspero.
• Podemos darle puñaditos de arena en la mano, empezando por un seco, el siguiente más húmedo, hasta llegar al último chorreante.
• Enterrar objetos, mientra él mira, para que los desentierre (saber que un objeto existe aun cuando no lo percibimos es una difícil conquista del pensamiento). También podemos hundir el pie hasta que el chiquito pruebe con el suyo.
• Hacer huellas en la arena con la mano, un dedo, un pie, el codo; en algún momento comenzará a prestarles atención.
La arena los pone en contacto con su propio cuerpo, y les permite construirlo psíquicamente. También examinan el material: cómo se desliza, cómo se adhiere… Tal vez descubran que pueden dejar huellas con sus deditos en la arena y eso es maravilloso, porque es el primer paso en la transformación de la realidad.
Cuando empiezan a hacer montañas, es porque ya han descubierto que pueden crear, es decir, construir algo diferente de lo que hay. Esta incipiente conquista les abre un mundo de posibilidades. En esta edad, la evolución del pensamiento está muy relacionada con la adquisición del lenguaje y el juego colabora activamente en ella.
El juego crea en el mundo exterior y el lenguaje lo hace en el mundo interior. Hablar es representar la ausencia. Cuando podemos nombrar un objeto (o representarlo amasándolo con arena), ya no es necesario que esté presente para saber que existe.
El juego, como el lenguaje, recrea objetos y situaciones que son importantes para el chico (no es casual que la primera palabra sea mamá). La arena es sus manitas se comporta igual que la realidad: se puede transformar siempre que tengamos en cuenta ciertas condiciones (por ejemplo: poner el agua suficiente para que la montaña no se desmorone).