En aquella clase pasaba algo extraño. Desaparecían lapiceros, gomas, pinturas de colores, cuadernos… ¿ Quién sería el ladrón?
Todos los alumnos de la clase se convirtieron, de la noche a la mañana, en expertos detectives que andaban mirándolo todo con lupa. Sin embargo, nadie pudo encontrar la menor pista que condujese al culpable de dichos robos.
Un día, en el recreo, había un grupo de alumnos jugando al escondite. Ranita buscaba el lugar ideal donde poder esconderse, pero no encontraba ninguno. Entonces, un pelícano que no formaba parte del juego, le digo:
—Ven; métete aquí, en mi pico, y nadie podrá descubrirte.
La rana le obedeció y, en efecto, no pudo ser descubierta. Pensando, pensando, la rana entró en sospechas acerca del pico de este pelícano. Sería un escondite ideal para guardar las cosas robadas.
Advertidos los demás alumnos por Ranita, todos se dedicaron a vigilar con
disimulo a Pelícano quien, totalmente confiado, siguió robando lo que podía.
Una tarde, después de clase, le siguieron con cuidado. Sabían que acababa de robar unas cuantas cosas, pero querían tener pruebas. Pelícano, sin percatarse de que era vigilado, cavó con su enorme pico un hoyo en mitad de un claro del bosque y enterró los objetos robados que guardaba en el mismo. Fue el momento aprovechado por sus seguidores para arrojarse sobre él:
— ¡Ya le tenemos, ya le tenemos!
—gritó Ranita.
—¡Que no escape el miserable!
—exclamó Lorito.
Así fue como se resolvió uno de los casos más difíciles de la historia del robo. El pelícano ladrón se llevó su merecido.
Extraído: Relatos Maravillosos