Había una vez… un perro que le robó al carnicero un bistec muy grande. Escapó al bosque para comérselo tranquilamente en la orilla de un riachuelo, cuando vio su imagen reflejada en las aguas.
Pero el perro en ningún momento pensó que aquella fuese su imagen: él sólo veía a otro perro con otro gran bistec en la boca.
Codicioso como era, se echó al agua para arrebatarle al otro su bistec, pero, naturalmente, cuando estuvo en el agua, la imagen se disipó y por más que la buscó no encontró ni perro ni carne.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que, con el afán de asustar al adversario, había perdido el bistec que había robado.
Por desgracia suya, en aquel punto las aguas bajaban muy rápidas y el bistec fue arrastrado por la corriente río abajo. A pesar de buscarlo afanosamente, no lo encontró. Pues sí, tal como suponéis, en lugar de dos bistecs se quedó sin ninguno. Amiguitos: como ven muchas veces es mejor conformarse con lo que uno tiene, y no querer siempre más, especialmente si se lo tenemos que quitar a otro.
Extraído: El libro de los cuentos