La Hormiguita Gabriela era muy buena y honrada, pero tenía un defecto: no sabía guardar un secreto. A veces, sus amigas íntimas le confiaban asuntos delicados, con la promesa de que ella nunca contaría nada. Pero para Gabrielita eso era imposible, y por regla general, a la mañana siguiente el hormiguero entero estaba al corriente de la historia. Un día se convocó un concurso en el hormiguero, con estas condiciones: La hormiga que trajese el manjar más grande y suculento, se llevaría un gran premio.
La Hormiguita Gabrielita sabía dónde había un gran trozo de manzana que, a buen seguro, debía de estar riquísimo. Lo malo es que necesitaba ayuda, pues ella sola no podría traerlo al hormiguero. Tras mucho pensar, decidió confiar su secreto a una de sus amigas.
—Si me prometes Hormiguita Lorena que no vas a contar a nadie lo que sigue, compartirás conmigo el gran premio del concurso — le dijo Hormiguita Gabriela.
— Prometido digo Lorena, amiga mía. A ver, ¡cuenta, cuenta!
Hormiguita Gabrielita puso a su interlocutora en la pista del trozo de manzana y quedaron a cierta hora de la tarde en el sitio en que el mismo se hallaba.
Cuando Gabrielita llegó al lugar secreto vio que el trozo de manzana había desaparecido. En su lugar, una elocuente nota:
«Para que te sirva de lección, Hormiguita. Los secretos han de guardarse
hasta la tumba. Si no, ya ves el resultado.—
Hormiguita Gabrielita vio cómo el gran premio iba a parar a su juiciosa amiga, la hormiguita Lorena. Pero esta, comprensiva, quiso compartir con ella parte del mismo. Desde entonces fue una hormiga discreta, que sabía guardar los secretos como una momia egipcia.
Extraído: «El libro de las fábulas»