PRIMERA PARTE
Los recién nacidos pasan mucho tiempo con los ojos cerrados. De a ratos parpadean, los abren un poco y da la impresión de que están mirando al vacío. Esto hace suponer a los padres que el bebé prácticamente no ve nada. Sin embargo, se sabe que, dentro del útero, ya distingue la claridad de la oscuridad, aunque el desarrollo de la visión propiamente dicho no empiece hasta el momento en que el chiquito nace.
Al principio, el pequeño ve todo bastante borroso porque su visión no está suficientemente desarrollada. Llegar a percibir los contornos de las personas y objetos que lo rodean con total nitidez le llevará un tiempo. Pese a que el sentido de la vista es el que más células nerviosas tiene, el cerebro del bebé debe madurar todavía para ser capaz de procesar los estímulos que le envían los ojos. Tampoco es capaz de controlar ambos ojos a la vez y bizquea un poquito. Pero esto es algo normal a su edad.
Hacia la cuarta semana, el bebé reacciona cada vez mejor a la luz y los movimientos. Empieza a sentirse muy atraído por los rostros, especialmente por el de la mamá y también por algunos objetos (sonajeros o móviles). Hasta los tres meses, la distancia a la que se sitúan los objetos o personas es importante. Todo lo que no está a 25 centímetros de separación se verá borroso.
A los seis meses, el bebé alcanza una buena agudeza visual y puede ver con bastante nitidez a las personas y el entorno que lo rodea. Y un poco antes del año ya es un lince. Ve bien de cerca y de lejos, sigue con interés lo que se mueve frente a él, aunque sea en forma rápida, y no se le escapa un solo detalle.