Las hernias umbilicales suelen aparecer en las primeras semanas de vida del bebé. Se deben a una debilidad en los músculos abdominales que favorece que se abra un hueco entre ellos, por el que el tejido se cuela, abultándose y presionando sobre la piel. Por ese hueco el tejido puede entrar y salir, de modo que a veces cabría pensar que la hernia aparece y desaparece.
¿SON FRECUENTES?
En torno al 10% de los niños blancos y un 40% de los negros presentan hernias umbilicales y se supone que son algo que se hereda genéticamente. Afecta dos veces más a los niños que a las niñas y resultan más frecuentes si el cordón umbilical se ha infectado o si el bebé ha sido prematuro.
¿SON DOLOROSAS?
Las hernias suelen ser tan pequeñas que es probable que no veas nada más que un ombligo que sobresale. No suelen causar problemas, aunque si son grandes, pueden resultar molestas y a veces partes del intestino pueden deslizarse hacia dentro o hacia fuera, provocando cólico e incluso impidiendo que las heces avancen poco a poco por el intestino.
Cuando tu bebé llora o está nervioso, puede parecer que la hernia se agranda, porque al llorar o gritar aumenta la presión en el abdomen. Esto no es doloroso, pero un baño calentito y un masaje suave en el estómago ayudarán a calmar a tu bebé y reducirán la protuberancia. No obstante, si sospechas que la hernia le está causando algún problema, lo mejor es que consultes al pediatra, que sabrá lo que hay que hacer.
¿CÓMO SE TRATAN?
Más del 90% de las hernias desaparecen antes de que los niños cumplan tres años; la mayoría, en los primeros meses de vida. Si la protuberancia continúa presente cuando el niño cumple tres años, seguramente el pediatra pedirá que la eliminen quirúrgicamente, ya que en niños mayores, las hernias umbilicales si pueden dar problemas.
Esta cirugía suele implicar anestesia general: se practica una incisión debajo del ombligo, se pone la hernia en su sitio metiéndola por el anillo muscular y cerrando el hueco que la provocaba.