El invierno es muy duro y Perrita se ha acatarrado; aunque a ella le gusta salir al jardín y corretear por él, su mamá se lo ha prohibido, porque no quiere que tome más frío. Perrita sufre más por su encierro que por las molestias propias del catarro, pero todos los argumentos que ha utilizado para convencer a su mamá han sido inútiles.
Impaciente y desesperada, vaga por su casa; quiere entretenerse en algo pero su mente está fija en las delicias y entretenimientos que el jardín podría proporcionarle. Una honda tristeza se apodera de ella y pasa horas y horas asomada a la ventana. Cree que nadie piensa en ella. ¿Cuánto tiempo va a durar esta situación?
De pronto, algo llama su atención. Un personaje extravagante pasa delante de su ventana, y la mira con gran detenimiento. Una sonrisa asoma a sus labios y el guiño de sus ojos parece decir a Perrita: «No es para tanto, bonita. Yo te haré sonreír».
Dicho y hecho; con un rápido movimiento, saca una guitarra muy bonita y se pone a tocar y ha bailar. Perrita — que tiene los oídos taponados por el catarro—, no oye nada, pero se divierte mucho con los saltos del simpático personaje. La serenata no tarda en acabarse y el hombre de la guitarra se aleja. Perrita ya no está triste, sabe que le tiene que hacer caso a su mamá, y así se currará
Extraído: «Libro de las Fábulas»