«Nunca llueve a gusto de todos». Así dice el refrán, y la historia que sigue parece darle la razón. Escuchad:
Había una linda escuela en un pueblo apartado. A ella acudían dos perritos y dos ranitas. Vivían muy cerca unos de otros y eran buenos amigos. Naturalmente, iban juntos a clase, y con mucha puntualidad.
A veces, antes de llegar a la escuela, comenzaban las peleas. Si el día había amanecido lluvioso, las ranitas se ponían locas de contentas. En cambio, a los perritos se les torcía el gesto.
— ¡Yuuupii! ¡Menudo chapuzón nos vamos a dar en las charcas que la lluvia está formando! ¡Aaaah, qué frescor y bienestar siento! —decía una de las ranitas.
—¡Bah! Es día perdido para mí. ¡Me deprime tanto la lluvia! —respondía uno de los perritos.
Cuando el día amanecía soleado, ocurría todo lo contrario; los perritos no cabían en sí de gozo y las ranitas se sentían muy desdichadas, pues ya se imaginaban el calor y la sequedad agobiante que iban a torturarlas. Os preguntaréis que cuándo estaban contentos tanto los perritos como las ranitas. ¡Muy sencillo! Los días que amanecían grises y plomizos; pero sin lluvia, que no eran pocos en esa zona de la sierra.
¿No sería mejor, amiguitos, que aceptásemos todos la vida tal y como se presenta? De esta manera, nunca nos sentiríamos infelices.
Extraido del libro: «Refranes para cada día»