Patita es muy bella y esto la hace muy presumida y orgullosa. Cree que siempre se mantendrá hermosa y mira a sus vecinos y amigos por encima del hombro. Les considera indignos de su atención. Por eso, siempre que sale a pasear, vestida con sus mejores galas, levanta la barbilla y mira hacia adelante con gesto desdeñoso.
Esta tarde, patita estrena un hermoso vestido, sombrero y bolso. No se puede negar que tiene un aire elegante y distinguido. Todos, a su paso, se deshacen en piropos y cumplidos, pero ella ni siquiera los saluda, ni los mira. ¡Qué engreída camina por la calle principal del pueblo!
«¡Bah, son unos tontos! Visten pobremente y no tienen ni elegancia, ni distinción. Si creen que voy a dirigirles la palabra, – —piensa patita para sus adentros, con una mueca despreciativa.
Pero patita tanto levanta la barbilla que no ve el terreno que pisa. Y sucede lo inevitable. Patita se mete en un charco, resbala y cae sobre el agua sucia. Y con tan mala suerte que, además de mancharse su vestido nuevo, se rompe una pata.
Pero para su sorpresa, todos sus amigos y vecinos se apresuran a visitarla, sin acordarse de pasadas humillaciones. Se esmeran en consolarla y desearle un pronto restablecimiento.
Patita comprende lo tonto de su soberbia y reconoce su error. Pide perdón a todos sus amigos y vecinos y asegura:
— Ustedes mis amigos si que son elegantes, nobles y buenos. Y apartir de ahí patita cambio su forma de ser, y se convirtió en una más del pueblo. Así que amiguitos, la soberbia no es buena consejera.
Extraído: «El libro de las Fábulas»