La fase oral en los bebés comienza desde el nacimiento y se extiende aproximadamente hasta los 12 a 18 meses. La zona erógena casi exclusiva es la boca. El bebé recién comienza a “centrar” su psiquismo en un objetivo: comer, alimentarse y sobre todo obteniendo placer de chupar, es decir, de poner en movimiento los labios, la lengua y el paladar en una alternancia rítmica.
El bebé siente placer al contacto con la piel materna. En general, la necesidad de succionar del bebé es más fuerte durante los primeros meses de vida. Poner cosas en la boca es la manera que él tiene de disfrutar, aprender y descubrir su mundo. Con o sin el chupete, el bebé descubrirá rápidamente que sus propios dedos y manos con buenos para chupar.
Progresivamente va discriminando el placer por alimentarse, como el placer en sí mismo sin un fin exclusivamente de supervivencia. El primer contacto con el mundo es la boca, conocemos a través de ella y por eso todo pasa ahí. El succionar puede aliviar la tensión así sea de hambre como de ansiedad. De allí la función del chupete.
De hecho, la palabra chupete en inglés quiere decir, “pacifier”, pacificador; algo que tranquiliza y calma. Y es justamente con ese propósito que la mayoría de los padres empieza a introducir el chupete cotidianamente. Lo que no se puede ignorar es que todo proceso artificial que se introduzca para modificar el comportamiento de los niños tiene ventajas y desventajas. Por eso, es necesario conocerlas antes de tomar la decisión de utilizarlo.
Los bebés desarrollan el reflejo de succión desde dentro del vientre de la madre y éste es un acto que luego le permitirá alimentarse en los primeros años de vida. En su primer año, el uso del chupete suele ser más o menos una solución para calmar la ansiedad y otras molestias que pueden afectar al bebé, como también angustias que suelen relativizarse por la sensación que produce en el niño el simulado efecto de reemplazar el pecho materno.