Conseguir que los niños nos presten atención es muy fácil y sencillo. Están deseosos de aprender y de conocer al detalle el mundo que les rodea, experimentando con todo aquello que les dejamos a su alcance.
Por ello, podemos afirmar que los niños destacan por su curiosidad. Sus grandes deseos de conocer les convierten en «pequeñas esponjas»: aprenden a una rápidez asombrosa.
Toda la información la perciben a través de la vista: miran y observan a las personas adultas, a sus iguales, imitan los comportamientos humanos una y otra vez; se asombran con los contrastes de colores e intensidades.
A través del oído: escuchan con gran atención melodías, sonidos y músicas tintineantes; son grandes conocedores del silencio.
A través del tacto: con el contacto de la piel (generalmente y en un principio, utilizan las manos) o la boca.
Mediante el gusto: distinguen con gran facilidad un alimento salado de otro dulce; detectan distintas texturas.
O, el olfato: perciben el olor de mamá, el aroma de la papilla, la colonia de papá.
En consecuencia, la respuesta a todos estos estímulos es muy rápida. El bebé se expresa con el movimiento corporal: gira la cabeza, patalea una y otra vez, abre y cierra las manos con gran entusiasmo; con el lenguaje: gorgojea encantado, se muestra contento y divertido con sus risas; o, con las relaciones sociales y/o la interacción con los adultos o sus iguales: se produce entonces la denominada «sonrisa social».