La gastroenteritis es el incremento de las heces, que pueden ser líquidas y en algunos casos, aunque es menos habitual, con pus, moco o incluso sangre. Además, se produce el vómito recurrente, es decir, el niño expulsa constantemente todo lo que ingiere. Esta sintomatología se puede ver acompañada de naúseas, dolor abdominal y/o fiebre.
Nota: Es raro el niño que no padece esta enfermedad infecto-contagiosa durante los dos primeros años de vida.
Es muy importante tener presente que, aunque el niño presente una constante sensación de hambre, deberemos de ser muy cautos, pues si le hacemos ingerir una cantidad de alimento que su pequeño estómago no es capaz de tolerar, en vez de progresar positivamente, retrocederemos en su mejoría.
Por otra parte, la diarrea y los vómitos pueden deshidratar al bebé. En estos casos, sospecharemos dicha situación si observamos que el niño tiene mucha sed, los ojos hundidos, su producción de orina disminuye y/o la fontanela aparece ligeramente hundida.
No obstante, no debemos de alarmarnos si el niño nos pide agua con frecuencia, pues se conjugan dos factores: la presente sensación de hambre y la necesidad de ingerir líquidos al expulsar gran cantidad de caca disuelta. Así mismo, el líquido a ingerir será en pequeñas dosis, no favoreciendo la hinchazón abdominal.
Nota: es muy probable que el pequeño apenas orine pues, por un lado, la diarrea tiende a vaciar de por sí todo el vientre y, por otro, el organismo reabsorbe todo el líquido que éste pueda contener. Pero no debemos confundir esta situación con una probable deshidratación como ya he comentado anteriormente.
Respecto a la duración estimada apuntaré que, lo normal, es que no llegue a la semana. Aunque algunas gastroenteritis pueden durar hasta dos.