Las rabietas de los niños entre 1 y 2 años

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¿Chiquito de un año con esos arrebatos? Es algo difícil de creer. La temida fase de la terquedad no suele empezar hasta más tarde, generalmente a partir de los 18 ó 20 meses. Entonces, ¿por qué ocurre?. Las opiniones de los psicólogos no coinciden, son variadas, y todas diferentes.

Mientras que unos hablan de una fase de terquedad adelantada, otros creen que el comportamiento agresivo es una señal de un trastorno momentáneo de comunicación entre el pequeño y su entorno. La causa es, sin embargo, siempre la misma: algo no le parece bien al chiquito y hace una rabieta.

El ánimo de los chicos de un año suele ser más bien alegre. Disfrutan de poder moverse solos, de llegar adonde quieren y agarrar lo que desean. Son capaces de meterse la galletita en la boca y de tomar de una taza sin la ayuda de mamá. Todo eso fomenta su buen humor. Mientras los adultos los dejan descubrir el mundo a su manera, están contentos. Pero si los quieren interrumpir se ponen furiosos.

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No todos, pero algunos sí. Berrean, pegan, muerden y hacen un berrinche, cuando los querremos cambiar, bañar o vestir. Y los padres miran a ese ser diminuto de sólo diez kilos con estupefacción y no reconocen a su propio hijo, sienten que: le han cambiado a su niño. Y es cierto, su chiquito ya no es el mismo.Ha cambiado porque se ha vuelto más independiente. Ya no necesita a mamá o a papá tanto como antes y se lo demuestra cuando, por ejemplo, quiere ser él el que tome su juguete y no que se lo den sus padres. Los chicos de un año rebosan energía y están llenos de curiosidad. Cada día prueban algo nuevo a ver que pasa: ¿Hasta dónde me deja alejarme papá?, ¿Puedo vaciar todo el cajón de los juguetes?.

Se trata de un constante tanteo e intento de encontrar el equilibrio entre los deseos de los pequeños y los de los adultos. Si el espacio o el margen de maniobra es demasiado limitado, el chico empieza a protestar con todos los medios a su alcance. No puede decir con palabras lo que quiere y no entiende, por ejemplo, que tenga que estar puntual en el pediatra y que por eso no pueda terminar de construir su torre de cubos. Por lo tanto, se defiende con manos, pies, chillidos y llantos desesperados.
 

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