Cuando a un chico se lo lleva a un psicólogo infantil, la iniciativa puede haber partido directamente de los padres o bien ser indicación de un docente o un pediatra. Los motivos pueden ser varios: enuresis, insomnio persistente, comportamiento excesivamente miedoso o agresivo, trastornos de aprendizaje…..
Ya no se suele esperar a que se produzcan situaciones extremas: para consultar al especialista, porque va en aumento nuestra sensibilidad por esos problemas y somos conscientes de que requieren una intervención de tipo psicológico.
A diferencia del psiquiatra, que es médico: un psicólogo no indica medicamentos. A veces trabajan coordinadamente, ya que hay trastornos que exigen al mismo tiempo medicación y tratamiento psicológico. En otras ocasiones, bastará con este último y variará en función del tipo de trastornos y de la orientación teórica del psicólogo. La terapia puede limitarse a unos consejos y revisiones periódicamente o bien requerir entrevistas y continuadas.
La familia es siempre parte involucrada: Esto es así porque la personalidad y el comportamiento de un niño están en gran parte determinados por su ambiente y sus afectos y ambos atañen a la familia. En algunos casos, la intervención se limita a contactos durante el tratamiento, en los que los padres son asesorados sobre las causas del problema de su hijo y el modo en que pueden cooperar para su mejoría.
A veces hay que hacer cambios: Si las relaciones familiares y la personalidad de los padres están vinculados con los problemas del niño, éstos tendrán que intervenir más estrechamente en el tratamiento, tomar conciencia sobre aspectos sustanciales de sí mismos y realizar cambios.
Los más chiquitos no saben conversar acerca de sus problemas. Por ese motivo, durante el tratamiento pueden utilizarse métodos auxiliares como el juego o el dibujo.