Los peces del océano admiraban la belleza de Estrellita. Siempre que la veían, se deshacían en piropos y cumplidos hacia ella. Estrellita, sin embargo estaba triste. Cuando salía a la superficie del mar y contemplaba las estrellas del cielo, deseaba fervientemente ser una de ellas, olvidando lo hermosa que era.
Estrellita, nada tienes que envidiar a tus hermanas del cielo –le decía un pez-espada. Tu belleza es tan deslumbrante como la de ellas.
Aunque ella agradecía la frase, suspiraba y seguía recreándose en su tristeza y en la contemplación del cielo.
Un día, Estrellita soñó que era una estrella del Universo. Veía a sus hermanas lejos, muy lejos y, aunque intentaba hablar con ellas, sabía que la distancia se lo impedía. Por eso despedía un brillo tan intenso, ya que la luz era su única forma de comunicarse con sus hermanas.
Al despertar Estrellita, comprendió el sentido de su sueño. Nadie puede sentirse satisfecho, si envidia las cualidades de otros seres u objetos. Es mejor conformarse con lo que uno tiene, pues todos somos iguales a los ojos de Dios.
Extraída: «El libro de las fábulas»
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