Los adultos, sobre todo ante la experiencia de un primer hijo, tendemos a ver esa incipiente autonomía como peligrosa. Apenas han pasado unos meses desde que lo teníamos en brazos, indefenso y dependiente por completo de nosotros .Nos parece mentira que ahora demuestre esas ansias de independencia, incrementadas tras el gran acontecimientos de los primeros pasos.
Sin duda, ese afán protector es un instinto natural y normal, patente en todos los padres. Lo que aconsejan muchos psicólogos es que los padres deben controlar esos miedos infundados, ya que el niño necesita experimentar por su cuenta y aprender que es capaz de lograr pequeños propósitos por sí mismo. Esta es la base fundamental de un desarrollo psicológico y físico sano.
Ya no tenemos que tratar a nuestro pequeño como un bebé; es evidente que sigue necesitando nuestro apoyo y ayuda, pero con la sensación de que puede empezar a valerse por su cuenta. Nuestra atención debe ser constante para evitarle los peligros reales de los que él todavía no tiene conciencia.
La sobreprotección dificulta su proceso madurativo. En muchas situaciones, tenemos miedos infundados, ya que al año son más fuertes de los que pensamos. Están en una fase de experimentación y ansían más autonomía. Sin querer los sobreprotejemos en muchas cosas:
- Desean caminar sin apoyo, dirigirse donde quieren y tocar todo lo que le llama la atención.
- Si tienen exceso de frío o calor.
- Preocupación por la higiene
- Si comen mal un día.
- Los juegos.
- Los animales domésticos…….
Ya no soy un «bebé», nos dan a entender en muchas ocasiones aunque todavía no utilicen las palabras.