Algunos niños no saben perder cuando juegan: se enojan, insultan, patalean, dicen que los demás hacen trampas, se retiran del juego… No es una cuestión sin importancia y puede suponer un escollo en su desarrollo social. Pasados los primeros años, seguir considerándose el centro del mundo y querer ser siempre el primero y el mejor es un signo de inmadurez.
A partir de los siete años, aproximadamente, una parte de los juegos se basa en una competitividad reglamentada por una serie de normas que hay que aprender a respetar. Estos juegos implican en buena medida un entrenamiento para la vida social.
Un niño puede no saber perder por estar sobre-protegido y acostumbrado a salirse siempre con la suya. Ganar unas veces, perder otras, es el precio para disfrutar de una actividad compartida, pero el chico que no sabe perder pondrá trabas a esta actividad y se ganará la antipatía de los otros.
Los padres pueden hacer mucho por solucionar esta situación:
•Es importante que no alaben demasiado al ganador ni humillen o ridiculicen al perdedor. Deben poner el acento en divertirse.
• Tienen que explicarle las consecuencias de no saber perder: antipatía, rechazo y puesta en peligro de la amistad de los otros.
• Hay que animarlo cuando vean que aumenta su deportividad, elogiándolo por saber perder sin enojarse, también hablando con él antes de que empiece el juego y preparándolo para perder, si llega el caso, sin tener una rabieta.
Y cuando vean con el pequeño algún espectáculo deportivo, harán bien en darle el ejemplo desdramatizando, inculcándole que los rivales no son enemigos, que el juego limpio y el pasar un rato entretenido es más importante que el empeño en que gane nuestro equipo a toda costa.