Jugar comunica y transmite valores: aprender a esperar, a resignarse, a tolerar, aprender a disfrutar con la ganancia del otro, saber perder,…
Jugar con tu hijo no es acompañarlo, no es mirar cómo juega, no es ayudar. Jugar exige algo más: implica diversión, disfrute, participación plena y completa,… Para los más pequeños, el juego más que una manera de evitar el aburrimiento, es una bonita forma de expresarse y de aprender. Jugar con tu hijo es más relajante que ver la televisión, pues no requiere esfuerzo alguno pero sí voluntad. Jugar es una excelente posibilidad, una magnífica técnica al servicio de los padres.
Jugando se formenta en los niños las actitudes necesarias, administrando su tiempo de ocio de una manera positiva. Y es que, además de ser un juego en sí, es una perfecta interacción familiar.