La delicada piel del recién nacido requiere de unas atenciones diarias. Es suave y todavía no está preparada para hacer frente a todos los enemigos que puedan atacarla. Es delgada, hasta cinco veces más fina que la de un adulto, más frágil y permeable. Por este y otros motivos se ha de tener especial precaución con los productos que se aplican sobre ella.
Ya que el organismo del bebé aún no está preparado para controlar la temperatura y la sudoración (no lo hará hasta aproximadamente los dos años), la piel tiende a estar más seca y agrietada que la del adulto. Así mismo, como su producción de melanina es más lenta, es bastante sensible a las radiaciones ultravioleta. En este caso, el sol, junto con otros agentes químicos, son sus peores enemigos.
En resúmen, para que el bebé se desarrolle de forma saludable, es preciso que los padres presten especial atención a todo su «envoltorio natural». La clave está en la aplicación de algunas reglas sencillas en el hogar.