La inteligencia emocional es la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos. Mide nuestra capacidad de controlar las emociones, entender las de los demás y establecer relaciones sociales. Cuando un bebé nace, aún no ha desarrollado este tipo de inteligencia, por lo que no puede reconocer sus propios sentimientos y menos aún los de los demás, pero el comportamiento de sus padres puede ayudarlos a construir bases y una futura personalidad fuerte.
Hay padres que por los motivos que sean, tratan a sus hijos de manera desagradable en su día a día. Los bebés tienen poca atención por parte de sus padres y aprenden estas habilidades sociales más lentamente. En un futuro, estos bebés jamás desarrollan la capacidad de simpatizar con otros o preocuparse por su dolor, son seres «fríos». De esta manera, los individuos que crecen con una inteligencia emocional baja no tienen autocontrol y, en general, tienen un fuerte temperamento.
Los padres que educan a sus hijos en la alegría, les dan cariño… es decir, aquellos bebés que tienen la suerte de crecer en su entorno feliz, absorben el tipo de interacciones que observan a su alrededor. Los padres y familiares que se muestran alegres , serviciales y sonrientes influyen en el aprendizaje emocional del niño, aunque no estén directamente implicados en él. Este niño irá forjándose su inteligencia emocional.
En definitiva, un bebé si observa actuaciones amables entre dos adultos, absorbe el concepto de amabilidad más fácilmente, mientras que si no observa este tipo de actuaciones, sería un niño más retraído y con más problemas.