Mi hijo es muy nervioso y inquieto

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Un grado saludable de inquietud en los niño es normal. Su ritmo y vitalidad no tienen nada que ver con los de los adultos y por eso suelen resultar acelerados comparados con los nuestros. Es bueno y hasta divertido que los padres les sigan el ritmo, pero puede resultar agotador.

Claro que no todos los niños son iguales y algunos padres pueden sentir envidia de lo «correcto» que es el hijo de los vecinos, mientras que el suyo es un torbellino. Aquí es donde conviene recordar que hay una parte del carácter llamada «temperamento’, que se trae del nacimiento y que distingue a unos niños de otros.

Precisamente hay un componente del temperamento que se llama «nivel de actividad». Por eso, hay niños muy tranquilos y otros que no están nunca quietos. Si nuestro hijo es muy activo, habrá que darle oportunidades de moverse. Necesita espacio, tanto dentro como fuera de casa, y es mejor reducir las situaciones que lo obliguen a estar mucho tiempo quieto, aunque es de esperar que, a medida que madure, logre un mayor autocontrol.

Si los padres son del tipo tranquilo, quizá soporten menos a un niño muy activo, pero deben pensar que esa actividad tendrá sus ventajas cuando crezca. Otro rasgo de temperamento es la intensidad de reacción, que es la energía con la que un niño expresa sus emociones. Se aprecia en la fuerza de su risa y de su enojo (también de su enojo y sus rabietas cuando son chiquitos).

Con los más «intensos», es importante aprender a distinguir cuándo se los tiene que consolar porque su «desesperación» está justificada y cuándo ignorarlos, porque sus estallidos de rabia son más teatrales.

Los «chicos difíciles» son aquellos que, sin salirse de su normalidad, tienen ritmos biológicos y rutinas diarias irregulares. Les cuesta adaptarse a situaciones nuevas. Necesitan que los tratemos con firmeza y flexibilidad. También con un poco de dedicación y atención.

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