Al empezar el masaje, el bebé tiene que estar receptivo y nosotros, atentos a las señales que él nos va a manifestar. Observarlo y estar pendientes de la comunicación no verbal es imprescindible para que la experiencia sea gratificante: si dejamos de captar su atención, notamos cambios en el color de su piel, o si el bebé empieza a chupar con más fuerza el chupete, intenta quitar nuestras manos, empieza a estornudar, a girar la cabeza o a bostezar.. nos está enviando señales claras de cansancio o incomodidad.
Hemos de ser sensibles a estos signos y preguntarnos por qué se está hartando: ¿Los movimientos son muy repetitivos? ¿Son poco profundos o muy rápidos? ¿Tenemos las manos suficientemente lubricadas? ¿Tiene frío? ¿El ambiente no es el adecuado? ¿La duración es excesiva? ¿Tiene hambre o sueño? Quizás sencillamente está cansado y el masaje debe finalizar. La máxima señal de disconfort en el niño es el llanto y siempre se tiene que respetar.
Los masajes le calman, mejoran funciones vitales de su organismo, potencia sus defensas, estrecha la complicidad con sus padres… Neceita un sitio caldeado y cómod, sin ruidos ni luces que le sobreexciten. Para un bebé, un masaje es mucho más que un momento de relax, por eso tenemos que ser muy conscientes que tan contraproducente es no estimular al niño como sobreestimularlo. Ninguno de los dos extremos es favorecedor para él.